El otoño es la estación de la melancolía, esa incomprendida que a veces confundimos con la nostalgia. Quienes intentamos resistirnos a ese sinvivir que nos resulta tan familiar habitamos una estación duradera, que transita por igual a lo largo y ancho de todo el año, pero que cae de golpe y sin anunciarse en los primeros barruntos del otoño convencional. Eso suele llegar antes de que se note que los días se van acortando, que los colores se transforman o que hay que ir pensando en hacer el cambio de armario. Es decir, que a estas alturas ya ha brotado y ha dejado por el camino alguna tormenta.
Espero que ese primer brote, muy madrugador, me inmunice para melancolías mayores durante una buena temporada. Mientras, aprovecharé para entretenerme en las inofensivas, que empiezan con los versos de Neruda que siempre se me vienen cuando se presentan los primeros frescos: tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma… Y con las estampas deslumbrantes que dejan las luces tempranas del otoño.