Luis García aterrizó el miércoles en Barajas, desde la capital de México. Cogió un taxi y le dio al conductor una mascarilla; un ‘tapabocas’ lo llama él, que se ha traído la denominación popular de allí. Pasó por su casa de Madrid, pero se aguantó las ganas de ver a su mujer y a su hija, de tres años. El rostro más familiar que alcanzó a ver fue el portero de la finca, que le entregó las llaves del coche. Condujo hasta Talavera, donde le esperaba una nevera repleta, provista para un encierro. Solo. La mañana del jueves, Luis empezó a encontrarse algo mal y llamó al 112. Le trasladaron en ambulancia al Hospital Nuestra Señora del Prado y allí le sometieron a un examen exhaustivo, en medio de unas medidas sanitarias de ciencia ficción. «Me he sentido como ET», narraba pocas horas después a Natalia Tejero, periodista de La Tribuna.
Los resultados han sido buenos; el paciente no está contagiado del virus de la gripe H1N1. Tampoco de la nueva gripe, ni de la gripe porcina, ni mucho menos de la peste porcina, nombres todos ellos que han precedido al último alarde científico y de corrección política que ha inventado la OMS para nombrar la misma cosa: la influenza. Eso no le evitará pasar diez días de cuarentena, hasta que pueda dar por descartado cualquier posible riesgo.
Quién sabe cuántos Luis García puede haber en este mismo instante viviendo la soledad de una enfermedad que no padecen. Una soledad sin abrazos, de distancias obligadas. Lejos de los hospitales y de las mesas de reunión de las autoridades sanitarias, ese también es el centro de la noticia y ahí ha habido una periodista para contarla. Más periodismo a secas. El de siempre.
Para leer el texto completo del reportaje, seguir el enlace aquí: «Me he sentido como un apestado al llegar a España«
Luis García, en una foto hecha por él mismo con webcam.
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